Master Tapas dedicado al «Oro Rojo Navarro»
Días pasados se ha celebrado la 7ª edición del Máster Tapas de Pimiento del Piquillo de Lodosa, un certamen que organiza el Consejo Regulador de la DOP y que, año tras año, se convierte en un hervidero de creatividad, entusiasmo juvenil y respeto a un producto que forma parte del alma culinaria de Navarra.
El ambiente que se respiraba en la final era vibrante. Un espacio lleno de energía contenida y nervios visibles, donde ocho estudiantes de distintas escuelas de hostelería del país esperaban su turno entre utensilios perfectamente alineados, ingredientes medidos al milímetro y un silencio tenso que solo se rompía con el sonido metálico de alguna espátula chocando accidentalmente contra una encimera.

Jóvenes cocineros frente al reto
El concurso imponía una condición aparentemente sencilla: 45 minutos para crear una tapa donde el auténtico protagonista fuese el Pimiento del Piquillo de Lodosa. Pero, como ocurre con los productos nobles, cuanto más carácter tienen, más difícil es trabajar con ellos sin desvirtuarlos. Nos llamó la atención cómo cada finalista interpretaba ese desafío de forma completamente distinta.

Algunos se movían con seguridad, casi con la tranquilidad de quien ejecuta una receta que conoce de memoria. Otros, en cambio, mostraban esa mezcla tan particular de nervios y valentía que solo tienen los que pisan una final por primera vez. Y, sin embargo, todos tenían algo en común: un respeto absoluto por el pimiento. Lo limpiaban, lo abrían o lo manipulaban con una delicadeza que parecía casi un ritual.

Mientras avanzaba la prueba, el reloj se convertía en un enemigo implacable. Se notaba en los labios apretados, en los suspiros controlados, en las manos que buscaban ahorrar segundos sin perder precisión. Todos queríamos ver cómo cristalizaba cada idea, cómo cada estudiante daba forma a su tapa soñada.

La proclamación de la ganadora
Cuando finalmente llegó el momento de la deliberación la tensión era casi física. Observaba los rostros jóvenes, algunos tratando de mantener la compostura, otros intercambiando sonrisas nerviosas, como si necesitaran reafirmarse entre compañeros. Esa humanidad, esa vulnerabilidad, es lo que más me fascina de la gastronomía: detrás de cada plato hay una persona que se atreve a crear.

El anuncio resonó con fuerza: Irene Jiménez, de la Escuela Superior de Hostelería de Sevilla, era la ganadora con su tapa “Bombón Salado de Pimiento del Piquillo de Lodosa con mousse de bacalao al pilpil”. Hubo un aplauso sincero, cargado de admiración. Irene, visiblemente emocionada, recibía el reconocimiento sin estridencias, con esa mezcla de orgullo y humildad que tanto dignifica a un cocinero.

Además de la ganadora, Irene Jiménez, compartieron escenario Jorge González (IES Peñacastillo, Santander), Diana María Micea (IES Fuente Fresnedo, Laredo), Alazne Embil (CI Burlada, Navarra), Lucía Calderón (CIPFP Camino de Santiago, Santiago de Compostela), Daniel Defensor (IFP María de Zayas y Sotomayor, Majadahonda), Christian Sánchez (IES San Isidro, Madrid) y Estrella García (IES Andrés de Vandelvira, Albacete). Ocho jóvenes talentos que, cada uno con su estilo, llenaron la final de energía, ambición y un profundo respeto por el pimiento del piquillo de Lodosa.

Reflexiones de un amante de la cocina
En ocasiones olvidamos que la cocina no es solo sabor: es tradición, técnica, emoción, comunidad. Ver a jóvenes talentos enfrentarse al reto de reinterpretar un producto tan emblemático como el Pimiento del Piquillo de Lodosa garantiza que el futuro culinario del país está en manos apasionadas y, sobre todo, conscientes de la importancia de respetar la materia prima.
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